miércoles, 8 de junio de 2016

Supuestamente

Las señoras parloteaban en la mesa del bar de Roca y Saavedra. Tardecita de verano hace ya un par de años. Yo las conocía. Señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias. Las mesas estaban demasiado cerca como para evitar escuchar. Hablaban de una tercer mujer de la ciudad. Conocida también por su trabajo público. Evidentemente había habido asperezas devenidas de sus actividades. Estaban enojadas. Mucho. Y una de ellas –para sorpresa de mis oídos vulnerados- dijo: “-Viste, es una mina jodida. Por algo la madre tiene cáncer. Merecido”. Las señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias, repitieron afectadas algo de lo demonizado que tiene la palabra, entendida como una maldición, un karma, una venganza del destino, una consecuencia culposa de vaya a saber qué terribles conductas. Las señoras repitieron, oscurantistas e ignorantes, esa idea que sigue poniéndole un peso simbólico terrible a la palabra y que hace que muchos eviten hablarlo, nombrarlo, decirlo, aceptarlo. Esas señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias, no ayudan en nada.