sábado, 20 de agosto de 2016

Hachazo en el pecho / Cicatriz / El espejo se triza conmigo / Y no me veo / O si / Pero incompleta / No soy yo / No es mi cuerpo / Partida al medio / Asimétrica / El espejo me muerde / Me agrede / Me enoja / Nauseosa / No me encuentro / Ahí no estoy. / Debo empezar a buscarme en otro lado / Para encontrarme, por fin, en lo que soy.
Hice de todo. Respiré hondo, tomé agua con limón –bicarbonato no, me daba asquito-, comí sano, hice reiki, reflexología, me lei todos los libros que me acercaron, visité todas las páginas de internet que pude… Me dispuse, me preparé. Y le puse palabras, lo nombré, lo conté, lo hablé, lo expliqué. Y me di cuenta que las palabras me protegían, me armaban, me vertebraban como siempre… Que a fuerza de palabras se diluían los miedos y me hacía más fuerte. Y seguí -sigo- hablando, nombrándolo, para que no vuelva.

miércoles, 8 de junio de 2016

Supuestamente

Las señoras parloteaban en la mesa del bar de Roca y Saavedra. Tardecita de verano hace ya un par de años. Yo las conocía. Señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias. Las mesas estaban demasiado cerca como para evitar escuchar. Hablaban de una tercer mujer de la ciudad. Conocida también por su trabajo público. Evidentemente había habido asperezas devenidas de sus actividades. Estaban enojadas. Mucho. Y una de ellas –para sorpresa de mis oídos vulnerados- dijo: “-Viste, es una mina jodida. Por algo la madre tiene cáncer. Merecido”. Las señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias, repitieron afectadas algo de lo demonizado que tiene la palabra, entendida como una maldición, un karma, una venganza del destino, una consecuencia culposa de vaya a saber qué terribles conductas. Las señoras repitieron, oscurantistas e ignorantes, esa idea que sigue poniéndole un peso simbólico terrible a la palabra y que hace que muchos eviten hablarlo, nombrarlo, decirlo, aceptarlo. Esas señoras supuestamente instruidas, cultas, progresistas, amplias, no ayudan en nada.

lunes, 30 de mayo de 2016

Metáfora

Ernesto, mi médico reparador, no me dejó ver en el espejo de su consultorio cuando me cambió las vendas por primera vez, después de la mastectomía. -Vas a hacerlo en tu casa, tranquila. No me dijo que estuviera sola. Y yo no lo pensé, confiada, quizá demasiado. Claro que después me arrepentí. No debería haber esperado estar sola para entrar al baño y enfrentar el espejo. No debería haber estado sola en la casa en ese momento. Cuando saqué las vendas, y me ví, se me aflojaron las rodillas, sentí que me caía, me senté al borde la bañera con el estómago dando vueltas, nauseosa, asqueada… hasta que salieron las lágrimas, y empecé a respirar hondo y pausado para poder enfrentar otra vez el espejo. Enfrentarme. Después de eso, aprendí. La próxima vez que me tocó enfrentar el espejo en condiciones similares, esperé no estar sola en la casa. Como una metáfora de la enfermedad, uno está solo para enfrentarla, pero detrás de la puerta, al alcance de la mano, a tiro de palabra, alguien debe estar acompañando…

jueves, 26 de mayo de 2016

Literalidades

Incondicional, presente, compañero. Fuimos descubriendo de a poco, como nos iba saliendo, esto de convivir con el diagnóstico, con una teta menos y los bemoles periféricos. Lo que nunca me voy a olvidar fue de la primer risa. Estábamos serios, tensos, preocupados, organizándonos para enfrentar lo que –no sabíamos bien- se nos venía por delante… Y en medio de tanta incertidumbre, él me dijo casi solemne: -Negra, como a todo, le vamos a poner el pecho! -Si, claro,dije. Y después de unos segundos aclaré: -yo literalmente, no?… Y nos empezamos a reír,alivian/án/donos de una vez por todas.

Oportuna

Se lo conté hace años sin pensar que un día ella me lo recordaría de la manera más oportuna. Vaya a saber en medio de qué charla yo le conté la leyenda de las amazonas… Y ella fue lúcida en recordármelo. Yo le había dicho que las amazonas se extirpaban el pecho derecho para tensar mejor el arco. Que en eso les iba la supervivencia. Ella me lo recordó apenas diagnosticada. Y me dijo, “-igual que a vos, mamá…”
(En la foto, mi amiga, la bella arquera Beatriz Mico y la foto de Toni Balanzá)

martes, 24 de mayo de 2016

Reparadora

No es tampoco ésta una historia desprovista de prejuicios… los míos ante todo. Al primer momento de hablar del tratamiento me indicaron una mastectomía con reconstrucción inmediata. Y me derivaron a un cirujano plástico. (por qué será plástico?). Y ahí llegué. Prejuiciosa y asustada. Pensando que podía suprimir esta historia de la reconstrucción. Que no era para mí. Que podía renunciar a eso. Una sala de espera blanca e impecable, unas secretarias que tranquilamente desfilarían en cualquier pasarela, y los pacientes que esperaban antes de mí. Las pacientes, eran todas mujeres ese día, rubias, lindas -para qué querían ser más lindas-, clase media alta o definitivamente alta. Lo único que no desentonaba de mí eran mi cartera y mis botas de cuero genuino… el resto, toda una prejuiciosa diferencia. Qué hago acá? Oscura, opaca, excedida en kilos, incómoda, No podía imaginar que a ese lugar iba a acudir muchísimas veces ese año, y que en ningún lugar podrían haberme tratado mejor, siempre. Siempre reparadores. Yo sólo me detuve ese día a tolerar a la señora rubia, demasiado maquillada y con un haber interesante de intervenciones que, sin dejar de mirarme, parecía estar preguntándose en la lógica de las estéticas: “por dónde irá a empezar esta mujer?”… Lo que ella no podía advertir era que yo ya había empezado a cambiar.

lunes, 23 de mayo de 2016

Diagnóstico

El médico se tomó su tiempo para repetir el diagnóstico. Otro médico ya me lo había dicho. Yo iba preparada. Pero me lo dijo distinto y lo entendí diferente. Lo alivianó hablándome de las expectativas más que de los procedimientos. Necesitaba la empatía. Necesitaba confiar. Y todo cerró y lo elegí cuando me dijo: “Yo me ocupo del cáncer, vos ocupate que no te enferme el diagnóstico”. Y en eso seguimos andando.

Las formas del amor

Ya habían pasado por mi cuerpo dos cirugías, la mastectomía y la reconstrucción y empezaba a tomar la medicación que debía acompañarme por cinco años más. Sin demasiadas ganas de ir a la farmacia, llamé por teléfono y pedí si me la alcanzaban con un cadete. La farmacéutica, entrañable, más allá de su formación y su oficio, me mandó un lindo paquete envuelto en papel de regalo con mi cajita de tamoxifeno y un arsenal de protecciones adicionales para nada científicas que me llenaron el alma y me desbordaron de lágrimas… Mi poco apego religioso, y las pocas resistencias que me quedaban se derrumbaron de golpe… La fe ajena también me podía curar. O el amor, que es más o menos, lo mismo.

Consuelo

Fue una de las primeras ternuras que me acercó la enfermedad…no fue la única, quizás sólo la primera de muchas… Una vecina, alertada por mis recurrentes viajes, los ladridos de los perros solos por horas, y la vereda sucia por varios días, vino a preguntarme si pasaba algo… Honestamente -como había decidido manejarme- le dije, sin demasiados preámbulos, que me habían diagnosticado cáncer de mama y que iban a sacarme la teta… Ella me miró, los ojitos turbios, las manos tensas, y creo que sin saber demasiado qué decirme, cómo consolarme, hurgó entre sus más absurdas esperanzas y me dijo: “No te preocupes, Miriam, no te preocupes, ya te va a volver a crecer”… Y yo la abracé con el alma...